Las relaciones entre Chile e Israel en materia de defensa siempre se movieron por carriles prácticos, lejos del ruido político. Pero esa lógica cambió. No solo por el giro diplomático del presidente Gabriel Boric, sino por el peso de sus últimas declaraciones, en particular las emitidas en la reciente Cuenta Pública del 1 de junio de 2025. Lo que hasta hace poco era cooperación silenciosa, hoy está cruzado por una narrativa ideológica que podría impactar directamente a la industria militar chilena.
De la cooperación discreta al proveedor clave
Durante décadas, Israel fue un socio estratégico para Chile en tecnología militar. Desde los años 70 —en plena Guerra Fría y con el país bajo aislamiento internacional— Israel suministró lo que otros se negaban a entregar: desde tanques Sherman reacondicionados, hasta sistemas de defensa aérea y guerra electrónica.
En los años 90, la cooperación se mantuvo y se profundizó. Empresas como Elbit Systems e IAI estuvieron presentes en procesos clave de modernización, especialmente en la Fuerza Aérea. Chile adquirió sistemas radar Phalcon, mejoró la electrónica de sus F-16 y sumó capacidades en inteligencia, UAVs y ciberseguridad, todo con bajo perfil.
Esa relación técnica y eficiente comenzó a tensarse con la llegada de Boric a La Moneda. Desde un inicio, su postura crítica hacia la política israelí en Palestina ha sido constante. En 2022, se negó a recibir las cartas credenciales del embajador israelí Gil Artzyeli, en un gesto sin precedentes. Luego llamó a consultas al embajador chileno en Tel Aviv, retiró a los agregados militares, y ahora incluso respalda un embargo de armas contra Israel.
Y en su reciente cuenta pública, redobló la apuesta: “He instruido a la ministra de Defensa que, a la brevedad, me presente un plan de diversificación de nuestras relaciones comerciales en materia de defensa, que nos permita dejar de depender de la industria israelí en toda área”.
Más allá del juicio ético que pueda tener esta postura, sus efectos son concretos. Las relaciones internacionales —especialmente en defensa— se basan en confianza, continuidad y visión estratégica. Romper un vínculo como el que Chile tiene con Israel no solo es complejo, sino que puede salir muy caro.

Muchas capacidades actuales de las Fuerzas Armadas se sostienen sobre plataformas de origen israelí. Si esa relación se enfría —o se rompe— habrá que buscar reemplazos, y eso implica costos: técnicos, logísticos y financieros.
El historiador y analista Fernando Wilson lo resumió en declaraciones a La Segunda: “En el Ejército, al menos tres modelos de misiles Spike, el fusil Galil —que además es el fusil estándar de la Fuerza Aérea—, el sistema de cohetes LAR 160 y los obuses de artillería de 155 mm Soltam… toda la artillería pesada chilena es de origen israelí. También las cámaras térmicas de los carros Marder, que acompañan a los tanques Leopard.
En la Fuerza Aérea, el nivel de integración es aún más profundo. Chile fue el primer país en recibir F-16 nuevos adaptados para operar armamento israelí. Además, la modernización de los F-5 —radar, guerra electrónica, reabastecimiento en vuelo también vino de Israel“.

La Armada tampoco escapa a esta dependencia: las fragatas clase Adelaida operan con el sistema de guerra electrónica C-PERL; el sistema antimisiles Barak protege a la fragata Williams, y las misileras clase Regev, junto con los aviones de exploración aeromarítima, cuentan con radares israelíes.
No se reemplaza en seis meses
Sistemas de aviónica, software militar, repuestos o entrenamiento no se reemplazan en un semestre. Ni hablar del área de ciberdefensa, donde Israel está entre los líderes mundiales. El vínculo no es solo técnico: también hay influencia doctrinaria. El modelo de defensa territorial israelí ha sido objeto de estudio constante en las escuelas de formación militar chilenas.
Y hay otro actor que no puede ser ignorado: Estados Unidos. Washington observa de cerca cómo sus aliados se posicionan respecto a Israel. Un distanciamiento explícito, como el que impulsa el gobierno chileno, podría tener efectos secundarios en la relación bilateral con la principal potencia global.
A eso se suma otro factor: a este gobierno le quedan solo ocho meses de mandato. Una decisión de esta magnitud puede dejar heridas difíciles de cerrar.
Decisiones que se pagan caro
Es evidente que el cambio de rumbo del gobierno responde a una lógica ética y humanitaria. Pero las decisiones en defensa no pueden tomarse solo desde el plano simbólico. Aquí no se trata de con quién se simpatiza políticamente, sino de quién te entrega las herramientas para defender tu territorio.
Hoy, las Fuerzas Armadas observan con cautela. Porque en defensa, la fiabilidad de un socio no se mide en discursos, sino en radares que funcionan, misiles que se actualizan y sistemas que no fallan.
El desafío ahora es evitar que una señal diplomática termine transformándose en un problema estratégico. Y si se decide cortar lazos, más vale tener a mano un plan B. Porque en defensa, improvisar sale caro.
*Fotografías empleadas a modo de ilustración.
Tal vez te interese El Ejército de Chile y la Pontificia Universidad Católica consolidan el trabajo en materia de ciberdefensa para la protección de infraestructuras críticas






