“Usted es el encargado de llevar la Bandera de Guerra del Regimiento al continente sin que ningún inglés la toque. No quiero saber cómo lo va a hacer y nadie más debe estar en conocimiento de esto.” El teniente primero Giglio recibió la orden del teniente coronel Repossi, Jefe de Regimiento de Infantería 8, el 14 de junio de 1982, día de la rendición.


Una vez establecido el alto el fuego, ambas partes habían acordado que las unidades quedarían con sus banderas, pero de todos modos, frente al temor de que el bando vencedor se apropiara de las mismas, los jefes de las unidades tomaron diferentes medidas. Es así como algunos ordenaron quemarlas, otros enterrarlas, otro la envió al continente bajo la sotana de un sacerdote y otros ordenaron traerla de la forma que fuera, como es el caso del teniente primero Giglio quien lo único que atinó a decir fue: Sí, mi teniente coronel!


Una vez solo se quedó pensando en la orden que había recibido. Prendió un cigarrillo y comenzó a caminar sin rumbo cierto al tiempo que escuchaba el zumbido del viento. Sentía un gran orgullo por la tarea encomendada, pero también ansiedad y una pregunta le daba vueltas por la cabeza: ¿Cómo llevaría la Bandera sin que los ingleses la vieran? Pensó en esconderla en el bolsón porta equipo, pero recordaba las imágenes de un prisionero de guerra y ninguno tenía un bolsón, sólo el uniforme, entonces decidió esconderla en alguna prenda.


Pidió al sargento Montivero que llamara al teniente primero Hernán Vechietti, al teniente primero Rafael Barreiro y al sargento ayudante Mario Ceballos.
Una vez todos reunidos, les comentó la orden que había recibido, lo que había pensado hacer y les dijo que él sólo no podría y que había pensado en ellos.

Les dijo que él iba a llevar la Bandera como le había ordenado el jefe, la iba a descoser y a esconderla, no les diría dónde, y pidió que ellos hicieran lo mismo, al tiempo que les daba las condecoraciones y la corbata: el teniente primero Barreiro, el escudo “Chile restaurado por el valor en Chacabuco”, “La patria a los vencedores de los Andes” y una inscripción “Toma de Lima”. El teniente primero Vichietti, la corbata y las condecoraciones “La patria a los vencedores de Maipo” y la Patria a los vencedores de Carampahgue”. El sargento ayudante Ceballos las condecoraciones “Curapaligue” y “El Callao”, y las cintas de la Bandera. Y por último, el sargento Montivero, “La cruz Peruana al mérito Militar”.

Les recomendó que no usaran el bolsón. Tanto el teniente primero Vichietti como el teniente primero Barreiro las escondieron en el forro de las camperas duvet; por su parte el sargento ayudante Ceballos lo hizo dentro de la insignia de grado y colocó las cintas de la Bandera en la entretela del pantalón. El sargento Montivero recibió la condecoración más grande y en lugar de esconderla la camufló como llavero.

Luego de entregadas las medallas y corbata, Giglio quedó solo y se puso a descoser con una gillette el forro interior de la campera duvet, del lado inferior de la espalda, descosió los paños de la bandera y cosió la bandera dentro. Luego fue a ver al sastre: cuando este vio la campera descosida le preguntó qué le había pasado. El teniente primero le respondió que él mismo la había descosido y que bajo juramente secreto necesitaba que la dejara como si nunca la hubieran abierto.

Cuando el sastre, el cabo Juan Garro, le preguntó qué tenía adentro Giglio confesó que se trataba de la Bandera. Entonces, el sastre exclamó “-¿quién la cosió tan mal?” “- Soy militar, no sastre”, se excusó con cierta vergüenza el teniente primero. “-Quédese tranquilo, que yo la acomodo para que no se mueva y coso la campera. En una hora se la termino”.
Una vez prisioneros de guerra en el Norland llegó el momento de la revista del equipo y de la ropa que llevaban. Giglio vació el bolsón (en donde, entre la ropa sucia, también estaba escondida la bandera del mástil que había flameado por 65 días en Bahía Fox); se empezó a desvestir y fue entregando la ropa que los ingleses controlaron con minucia. Había unas llaves en el pantalón –las llaves de su casa – y unas cartas de la señora que estaban en la chaquetilla. Se las dejaron. Pero llegó el momento de revisar la campera. Giglio comenzó a pasar las cosas del bolsón como para apurar la revista, pero el control era en detalle y lento. Parecía durar siglos.

El inglés tomó la campera y palpó las mangas y al momento de palpar la espalda, el teniente primero lo interrumpió dándole unos paquetes de cigarrillos que tenía en bolsón, ofreciéndoselos. El inglés asintió con la cabeza y el teniente primero le pidió la campera, que le fue devuelta sin haber revisado la espalda. Solo quedaba el bolsón, del cual el inglés sacó una bolsa. Apenas la abrió se dio cuenta de que se trataba de ropa sucia y la volvió a cerrar sin meter la mano. Al término de la revista el teniente primero Giglio se dio cuenta de que le sudaban las manos.

Una vez en el continente, en Puerto Madryn, se organizó la columna con destino a Comodoro Rivadavia, hacia el cuartel, hacia casa. En la ruta, la columna hizo un alto de marcha en una estación de servicio para repartir la vianda, y Giglio, que estaba con antojo, se compró un pebete de jamón y queso y una gaseosa, pero además una aguja y el único hilo de coser que consiguió, de color negro.

Durante el viaje descosió su duvet y empezó a coser los paños de la bandera con hilo negro y puntada de “matambre” frente a la atónita mirada y el regocijo de sus camaradas.
Cuando los hombres del regimiento entraron a la unidad, la Bandera y sus condecoraciones también lo hicieron. Hoy las viejas condecoraciones, junto a una nueva – “A los Bravos de Malvinas”- , engalanan a una nueva Bandera de Guerra, y aquella que los soldados juraron defender en 1982 descansa en una vitrina del museo de la Unidad, recordando el juramento que los soldados de la clase 63 realizaran en Bahía Fox.

A su lado descansa, también, la bandera que flameó durante 65 días en la bahía.

La Bandera de Guerra y las medallas, esos pequeños grandes tesoros, representan a la Unidad más allá de los hombres que la integran, representan a todos aquellos que combatieron detrás de esa bandera y a todos aquellos que con sacrificios de hasta su propia vida la hicieron acreedora a ese reconocimiento de heroicidad, generosidad y abnegación. Por eso la acción llevada a cabo por estos hombres del Regimiento 8, recuerda a la estirpe de los “Libertos” del Regimiento de Infantería 8 representada en la imagen del Negro Falucho, que fue fiel a su bandera hasta la muerte exclamando: “¡Viva la Patria y no yo!”.

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3 COMENTARIOS

  1. No pudieron querer otra bandera. No quisieron andar otro camino. No supieron morir de otra manera. ¡¡Salve Dios Bandera de mí Patria!!

  2. No entiendo esto del EA de poner a sus unidades nombres de próceres extranjeros. Ya lo vi antes en una brigada de Corrientes que tenia el nombre de un general brasileño de la guerra de la Triple Alianza. No recuerdo haber leído sobre ninguna unidad del ejército chileno con nombres de próceres argentinos. Tenemos muchos héroes cuyo nombre pueden llevar las unidades de nuestro EA.

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