Cuando se piensa en los Emiratos Árabes Unidos (EAU), solemos imaginar a Dubái con sus islas con forma de palmera, enormes rascacielos, vastas riquezas petroleras y su inmenso centro financiero. Este pequeño Estado del golfo pérsico, es una federación de 7 emiratos, de los cuales Abu Dabi es el más poderoso, ya que controla el 87% del territorio y el 90% de las reservas de petróleo.  EAU tiene una extensión de 83.600 km cuadrados, 9.630.000 habitantes (de los cuales el 80% son extranjeros) y un PBI per cápita de 43.000 USD (cuatro veces el de argentina), puede ser más comparable con una Suiza o Noruega árabe que con un poder militar.

Menos conocida es su faceta alternativa, sintetizada en la frase del ex Secretario de Defensa James Mattis, quien la denominó “pequeña Esparta”. Entre 2014 y 2018, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), este diminuto Estado árabe fue el séptimo importador de armas del mundo, con la proporción del 3.7% del total y ubicado entre China (sexto lugar) e Irak (Octavo puesto).

Entre sus adquisiciones hay drones Wing Loong II, made in China, sistemas antimisiles THAAD estadounidense y misiles antitanque rusos. También en Abu Dabi se realiza la Feria y Congreso de Defensa Internacional, una de las mayores de Medio Oriente.

Pero no se trata de otra de esas monarquías petroleras que despilfarran cuanto tiene en armamento que luego no saben utilizar. El entrenamiento de su ejército es foco de atención de las autoridades militares, tanto que no escatiman en la contratación de oficiales experimentados del extranjero para adiestrar a sus tropas, además de no desperdiciar la menor oportunidad para que estos se prueben en combate.

Tanto es así que EAU es uno de los pocos países que participó en la mayoría de las coaliciones formadas por Estados Unidos desde la primera guerra del Golfo, pasando por Somalia, Bosnia-Kosovo, Afganistán, Libia y la lucha contra el Estado Islámico. Por supuesto, esto también denota la estrecha cooperación militar con la potencia norteamericana.     

Las autoridades de Abu Dabi no se limitan a la actividad comercial o ser partenaire de EE.UU. en alguna de sus aventuras. El rol de EAU en la política regional puede resultarnos más palpable si echamos un vistazo a su hiperactividad geopolítica, capitaneada por el Jeque Mohammed bin Zayed Al Nahyan, regente de facto, heredero al trono y Comandante Supremo Adjunto de las Fuerzas Armadas emiratíes.

EAU cuenta apenas con unos 63.000 efectivos, pero ya operan dos bases militares en el cuerno de África, la primera es el puerto de Assab, Eritrea, y la segunda en Berbera, Somalilandia, un territorio separatista que se declaró independiente de Somalia, el cual concedió el terreno a cambio del entrenamiento de su ejército. De la misma forma, en noviembre del 2019 desplegó sistemas de misiles de mediano alcance Hawk en Libia, a la vista del inminente arribo de fuerzas turcas.    

Estas instalaciones están dirigidas a mantener una presencia militar estable en el golfo de Adén y el Mar Rojo, por donde transitan el 25% de las exportaciones mundiales, entre ellas 19 millones de barriles de crudo diarios. Por supuesto, EAU no es el único Estado interesado en este punto neurálgico de la “yugular del petróleo”, ya que no son pocas las bases militares que las potencias del globo mantienen allí. Sin ir muy lejos, Yibuti (Djibouti) es un pequeño país “bendecido”, no por sus recursos naturales, por cierto escasos, sino por su posición geográfica. De allí que se dedique a alquilar su territorio a otros gobiernos para el emplazamiento de instalaciones militares, entre sus inquilinos están Francia, EE.UU., Japón y China. Esta particular forma de intercambio representa cerca del 80% del PBI de Yibuti.

Los intereses geoestratégicos emiratíes no se limitan en lo más mínimo al Golfo de Adén. Han participado activamente en los conflictos de Siria, Yemen y Libia, ya sea con apoyo aéreo, financiero, entrenamiento de tropas o directamente en el terreno.

En la desgarrada Libia, los aviones no tripulados Wing Loong surcan los cielos desde 2016 realizando operaciones de reconocimiento y bombardeos. A esto se le debe sumar el apoyo terrestre con mercenarios y el establecimiento de los ya mencionados sistemas de misiles en el noreste del país. El beneficiario es el Mariscal Khalifa Haftar, el poderoso señor de la guerra local quien está combatiendo al Gobierno de Acuerdo Nacional, apoyado por la ONU y con sede en Trípoli, hoy asediada por las fuerzas de Haftar. 

En Yemen forma parte de la coalición árabe que combate a los rebeldes hutíes, sin embargo, mantiene una agenda paralela a la de sus aliados de Arabia Saudita. Mientras los últimos dirigen sus esfuerzos a restaurar el gobierno, Abu Dabi apoya al Consejo de Transición del Sur (CTS), un grupo político y paramilitar que busca la independencia de la región sur del país. El CTS comparte con el gobierno central su enemistad con los chiitas financiados por Irán, pero no son pocas las discordancias que amenazan con hundir a ambos en un, probablemente violento, divorcio.

A pesar de los esfuerzos y las ingentes cantidades de dinero invertidos, la talla de potencia regional le queda grande a la federación de emiratos.

Las crecientes tensiones entre el CTS y el gobierno yemení derivaron en una serie de enfrentamientos, que pusieron en peligro las relaciones entre EAU y Arabia Saudita. Con el objeto de enfriar la situación, todas las partes llegaron a un acuerdo: el gobierno central de Yemen aceptó compartir el poder cediendo posiciones ministeriales al CTS, mientras que EAU comenzó una retirada gradual de sus fuerzas.

Ciertamente Abu Dabi llevaba las de perder, en particular en un contexto regional signado un incremento de las hostilidades entre Riad y Teherán, que alcanzó su clímax en septiembre, cuando 18 drones cargados con explosivos se inmolaron contra dos instalaciones petroleras en Arabia Saudita, inhabilitando la mitad de la producción de crudo del país o, lo que es lo mismo, el 5% de la producción mundial.

A pesar de sus nada desdeñables capacidades, simplemente no es lo suficientemente grande como para plantar cara a un rival del tamaño de Irán, por lo que, ante la amenazante sombra proveniente de Teherán, no tiene mayor opción que alinearse con sus aliados de Arabia Saudita.

Si bien no se lo puede presentar como un actor de primer orden en el tablero geopolítico, e incluso viéndolo subsumido en el juego demarcado por los poderes regionales, podemos decir que es una pieza relevante, que ayuda a comprender la convulsa mixtura de intereses que se desenvuelven en Oriente Próximo.

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3 COMENTARIOS

  1. ¿9.630 millones de habitantes ? ¿Más que todo el planeta? Despues de esto no se cuales datos serán ciertos o meramente pavada. Si en los habitantes tienen esa certeza, me imagino en los datos militares.

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