La comunidad de la defensa ha recibido con beneplácito, en general, el anuncio y aprobación en la Cámara de Diputados del Fondo para la Defensa (FONDEF). El proyecto contempla la asignación secuencial y creciente de fondos provenientes de los ingresos corrientes del estado arrancando en 2020 con el 0.35%, continuando al año siguiente con el 0.5%, luego el 0.65% y, para el 2023, se pretende alcanzar el 0.8% de susodichos ingresos. El monto plurianual recaudado hasta entonces podría escalar hasta los 1700 millones de dólares.

Como bien sabe cualquiera imbuido en los temas de la defensa, a fin de atender las precariedades del instrumento militar argentino estas son sumas insuficientes. Pero finalmente –y esto es algo a reconocer-, luego de décadas de desatención casi total como política de estado, las fuerzas armadas argentinas contarían con una fuente de financiamiento estratégico independiente de la coyuntura y las vicisitudes de la realidad nacional que parecieran ser la única brújula del establishment partidario a la hora de plasmar el rumbo del país. Y esto no es poco.

No desconocemos que la multiplicidad de sistemas que necesitan actualización, reparación o reemplazo en las tres ramas no van a poder satisfacer todos y cada uno de sus requerimientos con estas partidas. Lejos de eso. Pero quien algo entienda de táctica y estrategia, de realpolitik y sepa algún que otro dato parcial de la crítica realidad social argentina, no podrá negar que estos montos escasos son, sin embargo, una oportunidad para nuestro instrumento militar.

Quizás –y acá sí debemos ser muy claros- no desde lo material. Si bien estas partidas permitirían poner en marcha más de un programa postergado y, voluntad política mediante, dar un sentido impulso al tremendamente valioso complejo industrial militar nacional; lo descollante radica en el hecho de que en nuestro país, en medio de tantos problemas y dificultades que acucian día a día al pueblo argentino y en un contexto regional de actuaciones cuanto menos cuestionables de los instrumentos militares vecinos, se vuelva a dar una señal clara en pos de una leve y parcial restauración material y simbólica del instrumento militar nacional. Esto es ALGO. Y aunque lo material será escaso -¿quién esperaba más?-, lo otro, lo SIMBÓLICO, no es menor.

Muchos de los que navegamos el mundo de la defensa nacional no ignoramos que nuestras fuerzas armadas son un ejemplo a seguir por el profesionalismo e inigualable vocación que las distingue. Y también sabemos que más de un despistado -cuando no un completo ignorante- aún asocia a nuestros soldados con épocas pretéritas cuestionables y protagonistas ya alejados de la institución. En este marco, que no es tan testimonial como desearíamos, el que la clase política a través de este instrumento económico –limitado, ya lo sabemos- haya accedido a dar una señal contraria a temores y prejuicios totalmente infundados y se encuentre presta a iniciar un tibio proceso de rearme y repotenciación de las capacidades bélicas nacionales, es un dato relevante.

Quien quiera sospechar de esta iniciativa, está libre de hacerlo. Es más, la historia y las incumplidas promesas de las últimas décadas están de su lado. Pero cuidémonos mucho de que esta desconfianza prudente no se transforme, estructuralmente, en un proceso de canibalización. La tarea para la defensa nacional, para civiles y militares, será por años navegar entre contradicciones y resquemores políticos y hacer con lo poco que se consigue, mucho; alquimia no ajena a los cuadros de nuestro instrumento militar desde hace por lo menos treinta años. Que esto tiene sus límites y ha tenido costos inmensos para nuestras capacidades bélicas, también es innegable.

Pero, por lo pronto, entre tanta coyuntura agobiante, cortoplacismo miope y sinsentido histórico, el que nuestras fuerzas armadas naveguen más, vuelen más, se ejerciten más, disparen más y comiencen a readecuar el material a su cargo, será algo digno a destacar. Más aún en el marco de una propuesta parlamentaria plurianual con consenso político interpartidiario. Casi de ciencia ficción.  

De todas formas, reine la mesura y afirmemos que esta pausa escueta a tanta irresponsabilidad política para con el instrumento militar argentino no nos hará olvidar la inmensidad de recursos aún necesarios y el reconocimiento institucional que la clase política argentina toda aún debe a nuestros soldados.

Así como tampoco permitiremos olvidar que nuestro país seguirá siempre en riesgo hasta tanto cuente con los medios indispensables para hacerse valer ante el ocaso de la diplomacia, significando con ello conjugar toda la violencia que pueda orquestar el poder nacional como último reaseguro de los intereses y valores por los que el pueblo argentino vive y estaría dispuesto a perder la vida.

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2 COMENTARIOS

  1. Un país se arma defensivamente para resguardar su soberanía territorial. Y lo debe hacer con todo el potencial bélico que esté a su alcance. No con intenciones expansionistas sino como disuacion para que en caso de que una potencia extranjera sea una amenaza. Esta sepa que el riesgo de intentar violentar nuestra soberanía es un riesgo muy alto a sufrir. Los países se arman no para desatar una guerra sino para prevenirla, pero para prevenirla hay que demostrar poder bélico. Hoy la Argentina esta “desbalanceada” frente a vecinos muy poderosos regionalmente tanto Brasil como Chile están cuasi sobre equipados militarmente y sus industrias e ingenierías de defensa nos superan con creces. por eso la historia dicta “la ocasión hace al ladrón” y “mas vale prevenir que lamentar”

    • Estoy totalmente de acuerdo con vos Ernesto esa es la realidad, espero que los políticos entiendan de una vez por todas que las Fuerzas Armadas deben estar bien equipadas y preparadas para repeler cual intento de invasión.

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