Los tercios de Flandes e Italia

MAC1966

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Los tercios de Flandes

La pertenencia de Flandes y los Países Bajos a la Corona de España desde 1506 plantea de inmediato un problema de infraestructura militar muy importante. En primer lugar hay que mantener unas guarniciones fijas en las principales ciudades y puntos estratégicos del territorio, castillos y fortalezas que si en unos casos puede hacerse con tropas naturales del país, en otros, por el temor de que la alta nobleza flamenca intentase una sublevación, como en efecto ocurrió más tarde, exige disponer de tropas castellanas y aragonesas como personal de confianza.

Consecuencia de esta necesidad es la creación del tercio de Flandes, con unos efectivos de 6.200 hombres, que va a guarnecer los puntos más conflictivos. Pero en cualquier caso, se trata de un solo tercio. Sin embargo, el levantamiento de los Estados de Holanda, bajo el mando de Luis de Nassau, obliga a España a transportar a Flandes unos efectivos militares, constituidos principalmente por los tercios de Italia, llamados la "Infantería Española". Estos tercios, y otros que se organizarán a medida que la guerra avanza, serán los principales protagonistas de aquellas acciones militares, gloriosas unas, trágicas las otras, ambas cosas la mayoría.

Para comprender el despliegue estratégico de las fuerzas españolas en aquella guerra que duró desde 1557 a 1568, y en que se dieron las grandes batallas y se alcanzaron éxitos como la toma de Harlem, la de Gemiguen, la de Breda, la de Zierickzee, la de Mock, que acreditaron al ejército español como el más intrépido pero a la vez el más organizado del mundo, detallaremos a continuación los territorios, teatro de operaciones.

Flandes y el Brabante (hoy Bélgica). Comprende nueve provincias, que son: Amberes, capital Amberes. Brabante, capital Bruselas. Flandes Oriental, capital Gante, Flandes Occidental, capital Brujas. Henao, capital Mons. Lieja, capital Lieja, Limburgo, capital Hasselt, Luxemburgo, capital Arlon. Namur, capital Namur.

Dentro de estas nueve provincias hay que señalar que los dos Flandes están a su vez divididos en distritos, a saber: Flandes Oriental, con seis distritos: Gante, Ecloo, Ourdenarde, Alost, Termonde, San Nicolás. Flandes Occidental, dividida en los siguientes distritos: Brujas, Dixmude, Furnes, Ostende, Boulers, Thieit, Ipres, Dunkerque, Valenciennes, Maubeuge, Cambrai. Walonia, territorio comprendido entre el río Lys y el río Escalda, dividido en los siguientes distritos: Courtrai, Roubair, Lille, Douai, Tourcoing. El territorio de los Países Bajos propiamente dicho, comprendía once distritos o Estados, a saber: Brabante, capital Hertogenbosch. Drenthe, capital Assen. Frisia, capital Leeuwarden. Groninga, capital Groninga. Gueldres, capital Arnhem, Holanda Meridional, capital La Haya, Holanda Septentrional, capital Haarlen. Limburgo, capital Maestricht. Overysel, capital Zwolle, Utrech, capital Utrech. Zelanda, capital Middelburgo.

Las guarniciones españolas en tiempo de paz, se limitaban a un Tercio, compuesto íntegramente por soldados españoles, y cinco banderas o compañías de soldados walones, éstas situadas en los cinco distritos de la región de Walonia. El tercio de Flandes, de tropas españolas, repartía sus efectivos entre Amberes, Bruselas, Gante, Brujas, Maestricht y Utrech, con un efectivo aproximado de 250 hombres en cada una de estas plazas El resto de la guarnición del territorio, desde Lille y Valenciennes, hasta la frontera alemana, estaba encomendado a milicias locales, que reciben nombres diversos, como guardias o cofradías, integradas por algunos elementos de la nobleza como mandos militares, y una tropa no profesional, compuesta por comerciantes y propietarios.

Sin embargo, la sublevación de los Países Bajos, obliga a partir de 1.566 a concentrar en Flandes y los Países Bajos gran número de efectivos, unos procedentes de Italia, y otros organizados en el propio país, o llevados desde Alemania. Los llevados desde Italia son tercios, es decir, unidades expresamente dedicadas a la intervención fuera de la Península Ibérica, como ya hemos dicho. Estos tercios, incardinados en Sicilia, Nápoles, Cerdeña, Lombardía, se han concentrado previamente en Milán, donde se les ha equipado de armamento y ropas, para una larga campaña. Desde Milán a Flandes efectuarán el camino marchando a pie, teniendo como cuarteles de tránsito el enclave español en Francia que era el Franco Condado, y los Estados soberanos pero aliados a España, y en cierto modo dependientes como los ducados de Saboya y Lorena, situados los tres en la línea logística que une los dos territorios de dominio español, Italia y Flandes.

También se sitúa un refuerzo de tropas llevado por mar, el tercio de Mar, especie de Infantería de Marina, llevado por los galeones desde Laredo y Bilbao, hasta el puerto de Dunkerque. Este tercio mereció llamarse El Sacrificado por su heroísmo.

Ante el cariz que tomaban los acontecimientos de Flandes, el duque de Alba, nombrado generalísimo de las fuerzas de Flandes, decidió trasladar tropas de Italia a las provincias rebeldes, a cuyo efecto las concentró en Alessandria della Palla y las revistó el día 2 de junio de 1.567, emprendiendo la marcha hacia Flandes. En la vanguardia iba el tercio de Nápoles con tres escuadrones de caballería italiana y dos compañías de arcabuceros españoles. A continuación el tercio de Lombardía con cuatro compañías de caballos ligeros españoles. A retaguardia toda la infantería de los tercios anteriormente citados y los tercios completos de Sicilia y Cerdeña, cerrando la retaguardia dos escuadrones de caballería de albaneses. En total 1.500 jinetes y 9.348 hombres de infantería. El propio Duque de Alba iba en la vanguardia al frente del Tercio de Nápoles.

La ruta hacia Flandes se siguió desde Milán por tierras del llamado camino español a Flandes que podía ser de soberanía, como las provincias españolas del Franco Condado y Luxemburgo, o de países aliados o amigos.

La marcha de los Tercios españoles desde Italia a Flandes fue la Kermese, el espectáculo sin par del siglo XVI. Cuentan que los nobles, los intelectuales y los elegantes de París salieron en sus coches al camino para verles pasar.

El caballero Pierre de Bourdeille, Señor de Bratôme, escribió en su Diario estas luminosas palabras: "Iban arrogantes como príncipes, y tan apuestos, que todos parecían capitanes."

Esta tropa expedicionaria se unió a las tropas españolas que existían en el país flamenco, y otras dependientes del rey aunque de nacionalidades distintas. Así en el mes de julio los efectivos totales que según el ASumario de las guerras civiles y causas de la rebelión de Flandes@, escrita por P. Cornejo, quien a la vez que cronista fue protagonista de ellas como militar, se contaban en Flandes eran:

Tercio de Nápoles: mandado por Rodrigo de Toledo, 19 compañías con un total de 3. 194 soldados.

Tercio de Lombardía: Mandado por Fernando de Toledo, hijo natural del duque de Alba, después pasó a mandarlo Sancho de Londoño, 10 compañías con un total de 1.204 soldados.

Tercio de Sicilia: mandado por Julián Romero, y después por Lope de Figueroa, 19 compañías con 3.194 soldados.

Tercio de Cerdeña: mandado por Lope de Acuña y después por Juan Solís, 10 compañías con 1756 soldados.

Tercio de Flandes: mandado por Gonzalo de Bracamonte, 19 compañías con 4750 soldados.

Tercio de la Liga: mandado por Francisco Valdés, 19 compañías con 4750 soldados. Este tercio fue creado al constituirse la *Santa Liga+ firmada el día 8 de febrero de 1538 entre el Papa, España y Venecia, para defender el Mediterráneo contra los turcos.

En estas tropas llamadas Infantería española 1/3 son arcabuceros y mosqueteros; 1/3 coseletes o coraceros que combaten solamente con espada, y 1/3 de picas secas, que combaten utilizando la pica, considerada la más noble y la reina de las batallas.

El tercio de Mar: es el antiguo tercio de Figueroa, reformado por Real Orden de 27 de febrero de 1566 con el nuevo nombre de Tercio de la Armada de la mar Océana.

El tren de artillería dispuesto por el duque de Alba estaba formado por 36 baterías. Cada batería se compone de 6 cañones de a 40 o 50 libras de peso por proyectil, 2 culebrinas de 12 a 16, libras, 4 semiculebrinas, de 6 a 8 libras, 12 falconetes de 2 a 5 libras. Este tren de artillería podía servir lo mismo para batir murallas en el asedio a las ciudades, con las piezas de mayor calibre, que para combatir a campo raso como apoyo directo a la infantería en el combate, en cuyos dos supuestos se aumentaban las piezas de uno u otro calibre.

El total de soldados del tren de artillería se elevaba a 3.600 con un mando de oficiales o gentileshombres según se les llamaba, de 140, y un personal subalterno de mecánicos, polvoristas, etc., de 100, más 3 ingenieros, y 10 oficiales subalternos. El tren de artillería se dividía en tres regimientos, cada uno con sus mandos correspondientes.



Todas estas tropas iban acompañadas de capellanes, médicos cirujanos, mariscales (lo que hoy llamaríamos veterinarios y herradores), carros y mulas para equipo y equipajes personales con sus correspondientes acemileros y carreros, y un servicio de comunicaciones formado por los correos de a pie y de a caballo. Las comunicaciones interiores en el tercio se realizaban mediante las señales acústicas realizadas por los tambores, con un código de señales que eran los toques de ordenanza. A la vez, los tambores actuaban como enlaces, y como agentes de información. Por la distinción de que gozaban y el sueldo que recibían podemos considerar que cada tambor estaba equiparado a lo que hoy sería un oficial radiotelegrafista.

Según la Memoria que el duque de Alba dejara a su sucesor en el mando Luis de Requesens, el despliegue de las fuerzas españolas era el siguiente:

Holanda. En La Haya 5 banderas o compañías; en Wardinghen 2; en Maslandt 2; en Capel Viterhoor 3; en Zetfel 2; en Putlop 1; en Hermelen 1; en Fluten 1; en Luistcot 1; en el castillo de Eghmont 9; en Masland Cluse 3; en Aldickt 2; en Lier, 1; en Walteringhe 4; en Catuick 4; en Walkenbourghe 2; en Werscohen 4; en Soter Vaut 4; en Leyden Dorp 1 y en Bodgrave 1. Total en Holanda 59 banderas o compañías, a 250 o 150 hombres.

Brabante. En Bergepzon 4 banderas; en Tolaa 3; en Estamberghe 2; en Besberghe 1; en Baol 1; en Hestorhart 1 y en el Castillo de Amberes 1. Total 13 banderas a 250 o 150 hombres.

Zelanda. En Lagous 2; en Viana 1; en el Castillo de Valenciennes 1; en Malinas 1. Total 7 banderas a 250 o 150 hombres.

También había alemanes. Éstos estaban acantonados en las comarcas de Overissel, Henao, Luxemburgo, Harlem, Nimega, La Haya, Tionville, Monster, Eghemont, Maestrich, Amberes, Breda, Bruselas, Leyden, Utrech, y en otros lugares.

En el ejército español se contaban 104 compañías o banderas de tropas walonas. Sin embargo, conviene tener en cuenta que una gran parte de sus efectivos eran soldados españoles, muchos de ellos catalanes. De las 104 estaban 38 mandadas por jefes españoles, a saber: 10 mandadas por Gaspar Robles; 15 por Mondragón; 6 por Alonso Gómez Gallo; 7 por Francisco Verdugo. Éstos con la categoría de Maestre, es decir, de coronel. La mayoría de los oficiales eran españoles. Los walones procedían de la zona francófona de la actual Bélgica.

En la guerra de Flandes los efectivos españoles y al servicio de España son: Infantería, 57.500, Caballería, 4.780, Artillería, 3.600. Gastadores (ingenieros), 4.121. Transporte, 3,000. Tercios de Mar, 9.000. Total hombres, 82.001. Estos efectivos, de los que si descontamos los dedicados al transporte son 79.000 hombres, habían de luchar no sólo contra toda Holanda y Flandes en armas, sino contra los ejércitos que Inglaterra y Francia enviaban a la zona de conflicto. Ejércitos importantes como el inglés mandado por John Morris, el de Sir Robert Dudley, conde de Leicester, también inglés, y el mandado por Enrique IV de Francia.

De cualquier modo, el peso importante de las campañas fue siempre llevado por los tercios de la Infantería española. Los que hicieron glorioso y temible en Europa su nombre sonoro de los tercios de Flandes.

El soldado de los tercios, o por mejor decir, tal como han de nombrarle en la lista, Señor Soldado, y con el don delante, porque es segundón de casa noble, aunque no tenga patrimonio, y lleva más que rozada la ropilla y el coleto.

Ufano de su talle y su persona
con la altivez de un rey en el semblante
aunque rotas quizá, viste arrogante
sus calzas, su ropilla y su valona.

Noble segundón sin patrimonio, pero con amor a la gloria, a la aventura, y por ello, a la guerra. Recorrió los caminos luminosos y verdes campos de la Italia renacentista, y las tierras frías y encharcadas de los pantanos de la brumosa Flandes.

Su espada es su tesoro, y su pluma en el sombrero chambergo, su penacho y su gala. No le importa morir si es por su Religión y por su rey, aunque haya de dejar llorando a alguna dama:

Monna Laura, señora mía
no quisiera haceros llorar;
Monna Laura, al rayar el día
mi Tercio se va a pelear.
Con los pífanos y atambores
que al frente lleva el Tercio Real
le irán haciendo a tus amores
un responsorio funeral.
Quizá en las torres de Gaeta
o en las murallas de Milán
se termine la vida inquieta
de tu aventurero galán.
Acaso voy hacia la Historia
o acaso voy hacia la muerte;
pero bien me cuesta la gloria
el duro precio de perderte.

El Señor Soldado tiene un alto sentido del amor y del respeto a las damas. La mitad de sus desafíos son por defender el honor de una dama a quien acaso ni siquiera conoce y de la que nada espera. Ha elevado a la mujer a una categoría arcangélica. La desea, pero no se atreve, las más de las veces, a solicitarla.

Flérida, para mí dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno.



Con la honra, por delante, de su apellido y de sus cicatrices ganadas en el campo de batalla, habla a las damas con la más exquisita galantería:

Mi porte desenfadado
y aquesta banda pomposa
bien gallardamente os dicen
que estuve en Flandes, señora.
Y si nobleza quisiereis
mirad cómo la pregona
la cruz que luce en mi pecho
cual viviente ejecutoria
de que es hidalga mi sangre
y es mi prosapia famosa.
Llevado de nobles ansias
dejé mi vieja casona,
he corrido muchas tierras
en pos de lides heroicas,
y derramando mi sangre
y acrecentando mi honra
he cosechado mil lauros
pero ninguna derrota.
Luché asaz, pero soy pobre
porque derroché mis doblas
en plumas para mis fieltros
de anchas alas orgullosas,
en bien guarnecidos cintos
para mis ricas tizonas
y en gigantescas espuelas
para mis altivas botas;
que en poniéndome a ser grande
!ni el Rey con ser rey me dobla!
De tanto gallardo arreo,
de tanta lucida gloria
sólo han venido a quedarme
como recuerdo, señora,
unas cuantas cicatrices,
mi banda de seda roja,
la insignia del Santo Apóstol,
y esta espada fanfarrona,
que mas que mi brazo es débil
y es vieja y está mohosa,
para ganaros un reino
aún tiene fuerza de sobra.



Genio y figura. El viejo soldado, que no tiene fortuna, que ni siquiera tuvo la fortuna de que le matasen en un combate o en un desafío, regresa a España, tras de sus campañas de Italia y de Flandes. Aún presume ante las damas, retorciéndose el bigote, aliñando cuidadosamente las vueltas de su capa raída, y apoyando la mano sobre la empuñadura de la vieja espada que trae al costado.

Pero al final, su destino es bien triste. Lo único que ha sacado de su vida aventurera han sido las aventuras en sí mismas, la honra de haberlas vivido, y la cruz de la Orden de Santiago para llevarla al pecho.

El viejo Señor Soldado acabará recordando con nostalgia sus guerras pasadas, y pidiendo en un Memorial, una mísera pensión al Gobierno:

Negar que la batalla de Nancy se perdiera
si el gran duque de Alba ordenado la hubiera;
negar su hija al rico indiano pretendiente
porque no es noble asaz don Bela; y finalmente
alegar sus innúmeras proezas militares
para pedirle unos ducados a Olivares.


Así han visto al Señor Soldado los poetas Eduardo Marquina, Enrique López Alarcón, Manuel Machado, Ardavín.., y así se ha visto él mismo. Porque el Señor Soldado tuvo también su pluma y su tintero, y fue dejando por el mundo -llámese Torres Naharro o Garcilaso de la Vega o Calderón de la Barca o el mismo Cervantes-, muestras de su ingenio y retazos de corazón.
 

MAC1966

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Los tercios de Italia

Estructura Militar: Los tercios de Italia

En los primeros años del siglo XVI va a nacer el principal instrumento militar español para mantener el Imperio en los territorios europeos. Se trata de los Tercios españoles, que, creados para guarnecer los dominios en Italia y Flandes, escribirán páginas gloriosas de la historia militar de todos los tiempos. Algunos autores han comparado estos Tercios con las legiones romanas y con la falange macedónica, tal fue su perfección estructural y su capacidad táctica y estratégica, a lo largo de dos siglos.

El nacimiento de los Tercios se debe a la experiencia adquirida en las campañas de Italia por Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran Capitán, quien a las órdenes del rey Fernando de Aragón consiguió derrotar a los franceses sobre suelo italiano repetidas veces, y logró imponer la hegemonía española sobre los distintos Estados de Italia, incluyendo al propio Papado.

La superioridad de la técnica militar de los españoles sobre los demás ejércitos de esa época radica en que mientras los suizos, considerados hasta entonces los mejores, forman sus "escuadrones" o bloques de infantería en cuadro compacto, utilizando como principal arma la espada, los españoles colocan por delante de cada lado del cuadro las picas, que impiden acercarse al enemigo, y permiten la salida oportuna de quienes combatían a espada, protegidos por aquéllos. La pica pasa a convertirse en el arma preferida y noble del campo de batalla. Al lado de ésta la partesana o pica rematada por una media luna o un hacha es el arma que manejan los sargentos y soldados más distinguidos, y sirve para evitar la aproximación de los caballos enemigos al escuadrón o cuadro. Éste se mueve en todas direcciones sobre el terreno presentando en cada uno de sus lados idéntica capacidad ofensiva y defensiva. El soldado "pica seca" llevaba además de su arma larga una espada y una daga (llamada por la tropa la "vizcaína"), que le permitía combatir cuerpo a cuerpo en toda ocasión. El entrenamiento de los soldados comprende además de la utilización de la pica, la esgrima de espada y daga a dos manos cuando llega el momento. Su protección es ligera, un morrión o casco de acero rematado por una cresta sobre la que los golpes enemigos resbalan hacia los lados, y un coselete o coraza ligera para proteger el pecho. La espada lleva un guardamano o cazoleta para proteger la mano que la empuña. Generalmente se utilizaban las espadas fabricadas en Toledo, que se apreciaban por su excelente temple, debido tanto a los armeros toledanos como a la virtud que le prestaban las aguas del Tajo al templarlas.

El reclutamiento se hacía sobre todo entre jóvenes hidalgos que por ser segundones no podían heredar el patrimonio familiar, reservado al hermano mayor (sistema de mayorazgo), lo que les obligaba a buscarse el porvenir en el ejercicio de la carrera militar, en la que podían alcanzar rango y fortuna. Esto daba al soldado de los Tercios una calidad humana extraordinaria, por su procedencia noble, su educación y su sentido del honor y fidelidad al rey (la fidelidad al jefe era una virtud militar que los romanos denominaban devotio, muy admirada por estos en los guerreros ibéricos que formaban en sus tropas auxiliares), cosa que no podía conseguirse en otros ejércitos extranjeros, formados por mercenarios o por levas forzosas de campesinos y menestrales sin amor a la vida militar.

Una gran parte de los soldados de los Tercios españoles llevaban consigo sus caballos, aunque fueran de Infantería, para sus desplazamientos y paseos, y se hacían acompañar de sirvientes. Aceptaban la disciplina como un honor, pese a ser extremadamente rigurosa. Una tercera parte del efectivo militar iba armada con arcabuces, lo que le permitía, antes de llegar al combate cuerpo a cuerpo, una gran densidad de fuego.

Los principales puntos de recluta eran Barcelona, Cartagena y Sevilla, lo que indica que aproximadamente la tercera parte de los soldados procedían de Cataluña y Aragón, otra tercera de Castilla, y otra de Andalucía y Extremadura.

Los soldados recibían su paga del rey, pero se les permitía en la toma de ciudades enemigas practicar el saqueo. Éste no era una forma vandálica y multitudinaria de apoderarse de los bienes de los moradores, sino que se hacía ordenada y metódicamente, valorando los bienes y señalándoles un precio que el propietario había de pagar a manera de contribución de guerra. Esto se hacía incluso con los bienes de los municipios, archivos, almacenes, y a veces incluso con los bienes eclesiásticos, tesoros de las iglesias, etc. El importe del valor obtenido se repartía a los soldados como un complemento de su paga. En ocasiones, si la paga no llegaba, las tropas se amotinaban y los saqueos eran terribles (ver "El saqueo de Roma").

El enganche se efectuaba en lugares señalados en las ciudades mentadas, colgando un tambor en la fachada para indicar que era lugar de recluta, y como el tambor se llama "caja" quedó hasta nuestros días el nombre de "Caja de Recluta" para los centros de reclutamiento o enganche militar.

También se podía efectuar la recluta por otro sistema: un soldado distinguido que hubiera acreditado durante varios años su valor y eficiencia, y que hubiera ostentado los grados de sargento y alférez, provisto de certificados satisfactorios de sus jefes, solicitaba del rey licencia para "levantar" una compañía, y provisto de ella quedaba convertido en capitán de la gente que reclutase, a cuyo efecto recorría pueblos y ciudades, consiguiendo reunir los hombres necesarios, con los cuales se dirigía a uno de los puertos reseñados, para desde allí ser enviado con su gente a unirse a un tercio en Italia, Flandes y otros lugares en donde éstos tenían sus acuartelamientos y guarnición.

La instrucción o preparación se hacía preferentemente en Milán y una vez preparado el personal se le destinaba a otros puntos de acuartelamiento. Al principio los Tercios tenían cada uno 6.200 hombres, pero después se fue disminuyendo este efectivo porque la experiencia demostró que eran mejores las unidades con menos gente, tanto por su movilidad en el combate, como por la mayor facilidad en aprovisionarla de víveres, armas y pólvora, con lo que el Tercio vino a quedar reducido a la mitad de hombres. Equivalían a los regimientos actuales:

El Tercio de Nápoles, fue el primero que se constituyó, por esto se llamó "Tercio Viejo de Nápoles". Éste tenía a su cargo las guarniciones de la Campania, con las provincias de Avellino, Benevento, Caserta, Salerno y Nápoles. Su cabecera de Tercio estaba en Nápoles, capital, y las compañías guarnecían los castillos de Castel de Oro y Castelnuovo a la entrada de Nápoles, con destacamentos en las islas de Capri, Ischia y Procide. Otras compañías guarnecían el castillo de Rocasecca junto a Montecasino, y la plaza fuerte de Gaeta. El tercio de Sicilia además de guarnecer la isla tenía tropas destacadas en la calabria, en la Marina de Catanzaro.

El tercio de Cerdeña guarnecía la isla con sus plazas de Cagliari, Nuoro y Sassari. El tercio de Lombardía o del Milanesado guarnecía Milán, Cremona, Mantua, Sondrio, Varese, Pavía, Brescia, Bérgamo y Como, siendo sus plazas fuertes Castiglione, en Mantua, y San Germano en el Piamonte.
Tercios de Mar

El tercio de la Liga se formó posteriormente, destinándose a proteger la costa suroriental de Italia, el Ducado de Apulia con las provincias de Foggia, Bari, Brindisi, Lecce, Potenza y Tarento, contra los ataques de los turcos. Sus plazas fuertes eran Nola en Bari, Andria en Bari, Canosa en Foggia, Ceriñola, Otranto en Lecce, Malfi en Potenza, Ruvo y Barletta en Bari. Éste era un tercio principalmente destinado a guarnecer las galeras, o sea un tercio embarcado en los barcos que patrullaban frente a la costa, aunque también como tropa de guarnición en los lugares antes indicados. El tercio de Mar estaba formado con efectivos triples de lo normal y sus tropas formaban la Infantería de Marina del Imperio. De estos tres ya hemos citado el de la Liga, pero además estaban: El Tercio de las galeras de Sicilia El Tercio Nuevo de Nápoles.



Además de los Tercios existían en Italia, por cuenta de la Corona de España, varias milicias locales, y algunas tropas particulares de algunos grandes señores, como el duque de Medinaceli, en servicio del rey, pero con autonomía organizativa, y sueldo a cuenta de sus organizadores.

La situación de los soldados españoles en Italia, reflejada en numerosas obras literarias del Siglo de Oro, era de una comodidad y bienestar extremados, a lo que contribuía la dulzura del clima, la belleza de las ciudades, la facilidad del idioma, la riqueza del territorio, la identidad religiosa. Por ello la recluta para los Tercios de Italia era siempre fácil. Todo ello aparece reflejado en unos versos o copla popularizada entonces, que dice:


España, mi natura,

Italia mi ventura,

Flandes mi sepultura.
 

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Los Tercios en combate

Los Tercios en combate

Amanece un nuevo día en el campamento español, oscuro, frio y nublado. Un día holandés. La campiña flamenca, verde como la madre que la parió, está cubierta por las gotas del gélido rocío del norte que cala hasta los huesos.

Hace diez días que los españoles persiguen al ejército rebelde, que, aunque superior en número, marchó presto a refugiarse tras los muros abaluartados de la ciudad de Boom para aguantar mejor la embestida de las tropas hispánicas.

Despunta el alba en el horizonte, perezosa y sin fuerza, tan distinta a la que produce el radiante sol de Sevilla, Barcelona, Toledo, Santiago o Vizcaya. Los españoles añoran ese sol y ese calor de la ingrata patria (que siempre paga, pero paga tarde), mientras se ajustan con parsimonia los arreos y las armas, calándose cascos y tocados, cosa usual en hombres de tanta hidalguía (la milicia fué siempre cosa muy hidalga y honrosa), que de ir descubiertos podrían confundirlos con sencilla villanía.

El sonido de la caja del tambor mayor llamando a los señores soldados a reunirse en el patio de armas rompe los murmullos y el incómodo silencio. Allí, pese al frio que hace rechinar los dientes, el maestre de campo arenga a los hombres sobre su caballo, gallardo bajo su bonita armadura con damasquinos, guantes, espada de lazo, botas altas y una borgoñota empenachada de rojo. No hace falta mucho discurso para encender el ánimo a ese grupo de hombres de aspecto fiero, la mayoría de ellos veteranos y fogeados conocedores del oficio, de manos callosas y rudas, enjuntos, con grandes barbas cerradas, anchas espaldas y piel cetrina.

El asunto es sencillo y cae de cajón. Los flamencos, acortadas las distancias, se ven entre la espada y la pared. O redoblan la marcha o se enfrentan a ellos. Los exploradores y escuchas parecen asegurar lo segundo. Un gran número de rebeldes holandeses avanza hacia su posición. No hay un minuto que perder.

El capellán del tercio recorre las compañías de arcabuceros y piqueros que tienen la rodilla en tierra, absolviéndoles de todo pecado por ser su lucha el trabajo del Señor, que es quitar la mala simiente calvinista, luterana y hereje de la faz de la Tierra.

Las banderas salen de sus fundas de fieltro, ondeando con timidez en la brisa de la mañana. Encabezado por arcabuceros a la desbandada, que revisan con ojo experto cada recodo del camino, evitando celadas, el tercio marcha hacia el corazón de la campiña, al encuentro del enemigo. Todo se dice en voz queda, y los sargentos miran con ojos furiosos a los hombres que levantan la voz, que es pragmática del rey (don Felipe II, semper augusto) la de no vocear durante el combate, para mejor entenderse y mayor espanto del enemigo.

Pasando una pequeña arboleda, junto a un molino (cuyos habitantes, asustados, se han atrincherado dentro, acurrucados y rezando), se extiende una verde y llana campiña. Allí, tras un fugaz escopeteo entre las avanzadas de ambos ejércitos, se despliega el escuadrón español con celeridad y orden. En el centro, los piqueros, coseletes delante, bien herrados con largas picas, petos y cascos, picas secas detrás, protegidos tan solo por sus jubones, brigantinas y golas de acero o malla. Rodeando al cuadro de picas por el frente y los flancos, mangas y compañías de arcabuceros, cuyas mechas encendidas inundan poco a poco el ambiente con un olor a salitre. Los hombres aguardan, silenciosos, a que el enemigo esté a la vista.

De entre la bruma y el bosque aparecen los rebeldes, ordenándose al encontrar ya dispuesto el escuadrón español. Son recios, altos, rubios y de barbas abiertas y desordenadas. Sus cabos y sargentos vocean las órdenes en su extraño y nórdico idioma, arengando a los hombres mientras se reagrupan en escuadrón en torno a sus banderas, piqueros y arcabuceros a la manera española, alemana y suiza.

Los españoles están en clara inferioridad numérica, casi 1.000 hombres menos, pero esto no les acobarda, pues no en balde "a más moros, más ganancia". El maestre de campo, consciente de que sin apoyo de caballería ni artillería sería arriesgado mandar una avanzadilla de arcabuceros, cede la iniciativa a los flamencos, por ahora. Estos, envalentonados por las jactancias de sus oficiales, marchan con orden a unos cien pasos de los españoles.

Los primeros arcabuceros y mosqueteros rebeldes disparan sus proyectiles, todavía demasiado lejos. "Mucho ruido y pocas nueces", dicen los veteranos, mientras aguardan con la pica en vertical o el mocho del arcabuz apoyado en el suelo. Haciendo gala de su legendaria sangre fria, el maestre de campo espera a que los holandeses estén practicamente en las barbas, sufriendo alguna que otra baja a causa del fuego enemigo. A treinta pasos, alza el bastón de mando y da la señal al tambor mayor, que transmite la orden con prontitud. Los ibéricos, como un solo hombre, hacen resonar de sus gargantas al unísono el apellido: ¡Santiago, Cierra España! Y así, con pasmosa frialdad, arriman los arcabuces al hombro, disparando sobre los flamencos. El Tercio entra en fuego, como es usual, "a tres picas" del enemigo.

La primera descarga siembra el desconcierto, y a los rebeldes se les pasó momentaneamente las ganas de vocear, cerrando filas para no abrir claros en su formación. Espoleados por las órdenes de su coronel, marchan hacia el enemigo con las picas caladas. Los arcabuceros españoles, evitando en el último momento las moharras de acero de las picas flamencas, se guarecen dentro del cuadro. ¡Calad picas!, vocean los capitanes. Coseletes y picas secas colocan el arma el horizontal, dirigiendo las afiladas puntas metálicas hacia el enemigo.

El choque es brutal, y las bajas son casi simultáneas. Las puntas de las picas se revuelven tintas en sangre, mientras los arcabuceros españoles, que cargan sus armas con mayor rapidez que sus enemigos, dan duro en el escuadrón holandés, seleccionando, a ser posible, sus objetivos bajo las viseras de sus morriones: los oficiales.

La segunda carga, aprovechando el desconcierto efectuado por la arcabucería, la realizan los españoles, con orden, hiriendo con las picas mientras algunos arcabuceros prueban suerte, dejando sus armas y desenvainando la espada, metiéndose entre las largas varas de fresno de los flamencos para herir o matar a todo cuanto se ponga por delante.

El combate se decanta por el lado español cuando en una de las numerosas descargas graneadas de arcabucería el coronel enemigo fallece a causa de un disparo en la frente. Atemorizados por la resistencia y la potencia de fuego de unos hombres que combaten a diente prieto, silenciosos y oscuros, terroríficos bajo su aspecto meridional, los holandeses comienzan a huir ante los diablos españoles, rompiendo la formación y buscando refugio en el bosque en un sálvese quien pueda.

Cansados tras aguantar y contraatacar durante horas (sufriendo pocas bajas), los hijos de Hispania se enrabian al escuchar el toque a degüello ordenado por su maestre. Como lobos hambrientos, haciendo gala de su fama de despiadados demonios de la guerra, muchos de ellos dejan picas y arcabuces, desenvainando sus aceros de Toledo, Vizcaya y Sahagún, y se abalanzan hacia el enemigo en retirada apellidando a Santiago. Corren hasta alcanzarlos y los van degollando (un resolutivo punto débil mortal de las armaduras de tres cuartos de los coseletes enemigos), sin atenerse a peticiones de piedad, rendiciones o ataques furiosos. Algun veterano dijo, antes de salir corriendo, que ya era hora de calentarse, aunque fuera degollando herejes.

Al final de la jornada, pocos flamencos han escapado de las dagas y espadas españolas. La victoria es total, aunque en esa tierra extraña, hostil y fria, la victoria no es un nunca resolutiva. No obstante, la roja cruz de San Andrés ondea al anochecer en la rendida villa de Boom, como un fugaz y mudo testigo de que las armas españolas todavía gozan de buena salud.



Sargento, arcabucero y piquero de los tercios. Conde de Clonard "Album de la infantería española"

Texto de es.geocities.com/capitancontreras

UN SALUDO
 

ferrol

Forista Sancionado o Expulsado
Excelente relato, Mac.
Viene que ni pintado para el próximo estreno de Alatriste.

Retrato de Peeter Snayers del Sitio de Valenza del Po por los franceses, que fué levantado por los tercios de D.Carlos Coloma de Saa en 1.635.
 

MAC1966

Colaborador
Colaborador
Brunner,gracias.

ferrol,la ídea me la diste tú,con el topic de la película.Aunque siempre me ha interesado la historia de los tercios.

UN SALUDO
 

ferrol

Forista Sancionado o Expulsado
¡Ah!Bien, me obligo entonces a no dejar morir este hilo, puesto que he contribuído a crearlo, aúnque sólo sea "moralmente" ;)

Una de indisciplina y motines:
http://es.geocities.com/capitancontreras/disciplina.htm
En su descripción del saqueo de Amberes, el inglés Georges Gescoigne dice: «Los valones y los alemanes eran tan indiscipli*nados como admirables eran por su disciplina los españoles».[...]

Era el Duque de Alba quien mandaba los Tercios cuando lle*garan a Flandes. Se le conocía como hombre de rigurosa conduc*ta, y también la exigía de sus soldados. Eran escasos bajo su man*do los actos de indisciplina, pero si se producían los castigaba siempre severamente, tal como lo exigían las leyes militares, in*cluso cuando la falta fuera colectiva

Anotemos que el primer motín de soldados españoles tuvo lugar el 14 de julio de 1573, después de la caída de Harlem. La infantería española no había recibido sus pagas desde marzo de 1571. El sitio de Harlem había durado siete meses, y todo el invierno de 1572-73 fue terrible, tanto por los combates como por el hambre, el frío y las enfermedades. Y, después de todo esto, la ciudad compró su conservación mediante el pago de 240.000 florines. Se comprende la frustración de las tropas al verse privadas de lo que pudo haber sido un fructífero saqueo. Hubo disturbios durante dos meses, pero la ciudad no fue saqueada, lo cual demuestra que los bandos, cuando se publicaban con la firme intención de hacerlos cumplir, se respetaban. En aquel hecho, la moral de servicio alcanzaba el nivel de abnegación. ¡Ocupar una ciudad tan rica, conquistada por tan dura lucha, con los mayores sufrimientos, carecer de todo, y no poder gustar del saqueo y del botín...!

Saludos, y adelante con el hilo :)
 

MAC1966

Colaborador
Colaborador
Batalla de Rocroi, 1643

Gracias Brunner,pero mi íngles es nulo,de todas formas le hecharé un vistazo.

Batalla de Rocroi, 1643

Durante mucho tiempo la batalla de Rocroi ha sido considerada como el ocaso de los tercios españoles, el momento en el que dejaron de ser el mejor ejército del mundo. Sin embargo una visión mas actual ha demostrado que pese a tan importante derrota los tercios aún mantuvieron un alto grado de eficacia y operatividad, y su aportación militar en las campañas contra Francia proporcionó algunas victorias significativas, si bien es cierto que su esplendor y brillo nunca alcanzaron cotas pasadas.

Un año antes de la batalla, el 26 de mayo de 1642, prácticamente las mismas tropas que mandó el Capitán General Melo en Rocroi habían derrotado al ejército francés en Honnecourt, y posteriormente, el 23 de noviembre de 1643 un ejército imperial aniquiló a otro galo en la batalla de Tuttlingen. Estos dos ejemplos pueden ilustrar que en sí misma la batalla de Rocroi no tuvo un peso decisivo en las operaciones militares. La derrota de los invencibles tercios se produjo en el momento en que Francia tomaba protagonismo en Europa de la mano de Luis XIV, al mismo tiempo que la hegemonía española decaía. Por ello suele ser habitual tomar Rocroi como punto de inflexión en los acontecimientos militares de la época.

Es el año 1643. Francia y España está enfrentadas por el dominio de Europa en el marco de lo que se ha denominado Guerra de los Treinta Años. Por un lado España resiste ante el empuje holandés y francés y por otro tiene que hacer frente a revueltas en Cataluña y Portugal. A pesar de todo la agotada maquinaria militar española soporta la presión ejercida por todos sus enemigos.

El portugués Francisco de Melo es el capitán general de los tercios de Flandes desde diciembre de 1641. Con el fín de aliviar la presión que ejercían los franceses que apoyaban las revueltas en Cataluña, diseñó una campaña militar para atraer sobre sí a los ejércitos galos. Las tropas francesas las manda Luis II de Borbón, Duque de Enghien, un joven de 21 años y con escasa experiencia militar.

Melo y Enghien reunieron a sus respectivos ejércitos. El portugués ordenó el sitio de la villa de Rocroi sita en lo que hoy es la frontera franco-belga, y dirigió hacia el lugar a todas las tropas disponibles, que fueron llegando y ocupando posiciones con vistas a un inminente asalto. Mientras tanto Enghien, avisado de las intenciones españolas, dirigió sus efectivos para romper el cerco de la ciudad y provocar una batalla en campo abierto. Para hacerlo debía atravesar un desfiladero, que Melo imprudentemente no ocupó, permitiendo a los franceses tomar posiciones en la llanura con relativa facilidad. Quizás el portugués pensó que Enghien solo quería dar socorro a la plaza y no forzar la batalla en campo abierto. Lo cierto es que este error fue decisivo en el transcurso de las operaciones posteriores.

Franceses y españoles disponen de un número similar de fuerzas. La presencia en las cercanías de un cuerpo de ejército al mando del general barón de Beck podía haber desequilibrado la balanza a favor de los imperiales, pero su presencia fue tardía en el campo de batalla y no pudo aportar nada, salvo recoger los restos del desastre.
El día 18 de mayo ambos ejércitos formaban en orden de combate uno frente a otro. El general galo Gassión hizo una tentativa fallida por socorrer la plaza. Al caer el día el francés barón La Ferte también lo intentó con la caballería. Enghien le ordenó volver rápidamente viendo que quedaba el flanco izquierdo desguarnecido. Si Melo hubiera tomado en ese momento la iniciativa podría haber puesto en serios aprietos a los franceses, pero su inmovilidad pudo ser un nuevo error a la lista de despropósitos de aquellas aciagas jornadas.

En las fuentes que he consultado se refleja la dificultad por conseguir información veraz del despliegue de la infantería española. ¿Dos líneas? ¿Tres? ¿O cuatro?. Lo que si es cierto es que los tercios españoles ocupaban la posición más expuesta en la vanguardia, "privilegio" que tenían por ser verdaderas tropas de élite y por el carácter orgulloso de quienes las componían. El honor y la honra tenía casi más valor que la propia vida. A tal punto se llegaba que oficiales y tropa tenían auténticos conflictos por ver quienes eran los que se pondrían al frente del tercio. Incluso estaba tipificado un castigo para aquél que se saltara el orden de combate preestablecido. Sin duda eran otros tiempos. Era de lo más frecuente ver a los oficiales y a gente particular ocupar la primera línea con una pica o un mosquete en la mano o encabezando el asalto a una brecha.

Los tercios españoles eran los de Velandia, Castellví, Garcíes, Mercader (ex -Alburquerque) y Villalba. El nombre respondía al del maestre de campo correspondiente. En posiciones menos expuestas estaban los tres tercios italianos junto con uno borgoñón, cuestión que tuvo su importancia como veremos más adelante. Los tercios valones y alemanes formaban en la reserva. Estas eran las tropas de infantería mandadas por el Conde de La Fontaine, hombre anciano que tenía que moverse en el campo de batalla en silla de manos por padecer gota.

El ala izquierda de la caballería imperial estaba mandada por el Duque de Alburquerque y estaba integrada por los jinetes de flandes, y el ala derecha por el Conde de Isemburg con escuadrones alsacianos. La artillería la mandaba Don Alvaro de Melo, hermano del Capitán General, y se reparte por el frente del despliegue español.

Los franceses también se presentan con la caballería en las alas como era habitual en la época. En el ala izquierda dos líneas mandadas por La Ferté Senneterre y L'Hopital. En la derecha Gassion y el propio duque de Enghien. En el centro la infantería forma en dos líneas, la primera mandada por Espernan y la segunda por Valliere. En reserva se situa Sirot con tropas mixtas de infantería y caballería. La diferencia entre el planteamiento español y francés es que este último intercalaba entre las unidades de caballería a tropas de infantería, principalmente mosqueteros. Esta táctica ya había sido introducida años atrás por Gustavo Adolfo de Suecia con muy buenos resultados.
Durante la noche Melo ordena que 500 mosqueteros elegidos tomen posiciones en una arboleda cercana situada a la izquierda del despliegue español, con el fín de tomar alguna ventaja en el campo de batalla. En el devenir de la batalla esta decisión no tuvo ningún peso y los mosqueteros fueron sacrificados inutilmente.

Con las primeras luces del día 19 los franceses atacan con su caballería el flanco izquierdo español. Son rechazados por los de Flandes que manda Alburquerque y los escuadrones de caballería se reagrupan al amparo de las unidades de mosqueteros que las acompañan. Al mismo tiempo Enghien, que ha recibido noticias de la presencia de los españoles en la arboleda cercana envía unidades que los sorprenden y desalojan de sus posiciones.

Entre tanto una segunda línea de caballería francesa rodea la arboleda tratando de sorprender a los jinetes de Alburquerque. El duque realiza una contracarga pero se ve atrapado por el fuego de los mosqueteros franceses que acompañan a la caballería y por los disparos de las unidades que han tomado la arboleda. El resultado es que la caballería española del ala izquierda se rompe y se deshace.


En el ala izquierda La Ferte, sin autorización de Enghien, carga con la caballería. Isemburg, viendo la maniobra envía a sus jinetes que desarbolan el ataque francés. En su empuje la caballería alsaciana arrolla algunas unidades francesas y toma varias piezas de artillería. En este punto parece que los imperiales toman ventaja, pero los jinetes de Alsacia se dedican al saqueo pese a las protestas de Insenburg. ¿Era el instante para que la infantería española avanzara y decantara la batalla a su favor? Es posible. Lo cierto es que La Fontaine no hizo nada.
Volvemos a la izquierda del despliegue español. Enghien, después de derrotar a Alburquerque, arroja a sus jinetes contra los tercios que forman a la izquierda de la vanguardia española. Son los del Conde de Villalba y Don Antonio de Velandia. El combate debió de ser encarnizado. La prueba es que los dos maestres de campo citados anteriormente perdieron la vida en este lance. Es posible que también La Fontaine muriera en ese momento. En cualquier caso los tercios se mantuvieron firmes y no cedieron la posición.

Hasta ese instante la contienda está igualada. Y es cuando Enghien, con una sorprendente maniobra desequilibra el combate del lado francés. Reorganiza sus unidades de caballería del ala derecha y se lanza contra los tercios de retaguardia valones y alemanes, los desorganiza y los derrota. Aprovechando el éxito de la maniobra los jinetes franceses sorprenden por la retaguardia a Isenburg, que de repente se ve atacado por dos lados, ya que La Ferte ha reorganizado en la retaguardia francesa a lo que queda de su caballería y la ha vuelto a lanzar contra los alsacianos. El resultado es desastroso para los imperiales. En poco tiempo lo único que queda firme son los tercios españoles e italianos.

En una situación tan delicada los italianos comienzan a retirarse. Según parece fue Melo quien dio la orden, aunque a los italianos no les costó mucho obedecerla, ya que desde el comienzo de las operaciones se habían sentido muy molestos por no haber formado en vanguardia. Con sus banderas desplegadas abandonan a su suerte a los tercios españoles que quedan solos en el campo de batalla.

Cinco tercios es el único escollo que le queda por salvar a Enghien para certificar su victoria. Pronto son rodeados por todo el ejército francés, que se ceba en ellos diezmándolos poco a poco. Haciendo un frente de picas la vieja infantería resiste con valor y entereza. Durante dos largas horas los hombres se agrupan en torno a sus banderas sabiendo que están solos en el campo de batalla. Rechazan hasta tres cargas. La última resistencia es la del tercio de Mercader, en esos momentos prisionero, mandado por su tambor mayor y que ha recogido a los maestres de campo Garcíes y Casteví. Los franceses, ante la tenacidad española, les ofrecen una rendición digna, que finalmente es aceptada a cambio de que se respete la vida al puñado de supervivientes y derecho de paso hasta Fuenterrabía. La única forma que tuvo Enghien de sacar a los tercios del campo de batalla fue ofreciéndoles una capitulación como si se tratara de una fortaleza, tal era la determinación y coraje de aquellos hombres, a pesar de que muchos de ellos estaban heridos, exhaustos y sin munición.
Las bajas entre los imperiales se podrían cifrar en unos cuatro mil muertos, la mayoría españoles, y entre dos mil y dos mil quinientos prisioneros. En el bando francés hablaríamos de unos dos mil quinientos muertos. Los que consiguieron escapar fueron recogidos por el barón de Beck, que con su presencia consiguió evitar la persecución de todas aquellas tropas dispersas.


Varias pueden ser las causas de la derrota española. Por un lado quizás Melo infravaloró al ejército francés, al cual había batido un año antes en Honnecourt, y no tomó las decisiones acertadas para frenar el despliegue enemigo. También se ha comentado la deficiente puesta en escena de la infantería que diseñó La Fontaine y la falta de iniciativa en los momentos clave. La caballería imperial luchó bravamente, Alburquerque e Isemburg resultaron heridos, pero una cierta anarquía en su funcionamiento provocó que se dispersara por el campo de batalla y no se reorganizara en los momentos clave. Esto contrasta con el buen orden y disciplina de los jinetes de Enghien, que después de las cargas rehacían sus escuadrones, siendo de nuevo operativos. Sin duda las tropas más sacrificadas fueron los tercios. Valones, alemanes y borgoñones lucharon valientemente. Pero los que llevaron la peor parte fueron los españoles.

Sea como fuere el mérito de la victoria la tiene Enghien, que supo aprovechar los errores de sus rivales y, con una brillante maniobra rodeando la retaguardia imperial desarboló al ejército de Melo, dejándolo en una situación desastrosa. Hay algunas fuentes que atribuyen a Gassión el mérito de esta maniobra, pero la historia hasta el momento se la ha atribuido al entonces futuro Condé.



Ilustración de Joan Mundet para la tercera entrega de "El Capitán Alatriste". Ed.Alfaguara.

Rafael Cebrián

UN SALUDO
 

MAC1966

Colaborador
Colaborador
El sueldo y el botín

El primer punto importante a considerar es el hecho de que el soldado del tercio era un soldado profesional.Cobraba un salario por sus servicios.Este sueldo no varió en cantidad nominal desde finales del siglo XV a finales del XVI pero,sin embargo,existió una bajada real en cuanto a poder adquisitivo que puede estimarse en más de un 50%.De manera más excepcional aparecían voluntarios que eran en su mayoría de sangre noble y costeaban sus propios gastos de guerra.

Con su sueldo debía el soldado procurarse el alimento.Según las antiguas ordenanzas del Gran Capitán el soldado debía estar capacitado para hacer su propio pan a partir del grano o de la harina.

Rara vez tuvieron los soldados que pagarse el alojamiento.Por lo general,se les aseguraba un lecho,sábanas,mantas y comedor con mesas,asientos y cubiertos.

En cuanto a la vestimenta, el orgulloso soldado del tercio gustaba de engalanarse cuando su situación económica se lo permitía.Por lo mismo,la uniformidad de la ropa al alistarse se les proporcionaba quedaba rapídamente sustituida generando un ejército multicolor donde algunos soldados rivalizaban en la calidad de su vestimenta con sus capitanes.

El botín de guerra,era aconsejable "reducir a montón" todo lo ganado en un ataque para que después fuera repartido conforme a las normas.Así se aseguraba que no quedaran sin botín los soldados ocupados en afianzar las posiciones.El ansiado botín estaba prohibido a las tropas cuando una ciudad pactaba su rendición de forma previa a que los sitiadores hubieran dispuesto las baterías.El hecho de que en la rendición se acordara la entrega de la ciudad a las armas del rey de España hacía que fuera al mismo rey al que se ofendiera y robaba si se intentaba conseguir botín de la ciudad rendida.



UN SALUDO
 
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